Periodistas Creativos

I N V I S I B L E S

Crónicas de Miguel Ángel Jiménez y Arnoldo Delgadillo

Stop motion de Joshio Avalos

Un par de periodistas se infiltran en las calles de la ciudad convertidos en indigentes. Quieren sentir como los excluidos, mirar con sus ojos, andar con sus pasos y tocar con su piel. El resultado son dos crónicas de indigencia urbana que se mecen entre la invisibilidad, la soledad y la indiferencia de quienes piden más que limosna… esperanza.

Pies descalzos

Atreverse no fue tan difícil; fingir que no tienes un lugar a donde ir, nada que comer y pedir unas monedas en la calle parecía sencillo. Para facilitar el reto: pantalón roto, camisa sucia y pies descalzos, sin faltar, por supuesto, la más convincente de las actuaciones. Era el momento de convertirse en el pobre pordiosero que los políticos tratan de ocultar a la vista de los turistas, el que ensucia las estadísticas perfectas y que diariamente sobrevive con lo que los demás desechan.

Con la mirada fija, el rostro semi cubierto por una vieja gorra  y los pies extendidos sobre la mitad de la banqueta, veía como pasaban frente a mi cientos de personas que me ignoraban; algunos se movían a la orilla de la acera, otros daban un pequeño salto para pasar sobre mis pies, pero ninguno buscó mirarme.

La desesperanza se contagia aun sin ser un pordiosero real, deseas lo que ves en los aparadores y la comida que despide agradables olores a tu alrededor. Caminar entre tantas personas, ver tantos rostros y sentirte solo, sin que nadie te tome en cuenta es lo más parecido a ser invisible. De pronto sientes ese extraño sabor de la soledad.

Sentado bajo los aparadores de una lujosa tienda, me atreví después de mucho pensarlo, a extender mi mano y pedir unas monedas. Tal vez por mi poca experiencia lo único que logré fueron las miradas discretas de los guardias del establecimiento.

Por la noche los transeúntes escasean y la presencia de los pordioseros se percibe con claridad, de pronto, eres importante, todos te voltean a ver, te analizan y con precaución marcan su distancia contigo.

La competencia por las monedas que se repartirán es difícil, la puerta de una farmacia parece segura y con clientela constante; alguien ya se adelantó y suena su bote con el caer del dinero, parece que tendrá “el mejor de sus días”.

Me instalo al lado de una señora ya entrada en años y comienzo mi desleal competencia. Decidido a ser ventajoso me transformo de pronto en un competitivo limosnero. Sé que logré intimidar a mi rival porque sacudía su bote con más fuerza cada que alguien se acercaba, levantaba su mano con insistencia y me miraba retadora.

El juego sucio no se hizo esperar: “Si no te vas de aquí, el gerente de la farmacia le va a hablar a una patrulla.  Yo tengo muchos años aquí, por eso a ti nadie te da nada de dinero”—exclamó la experta. No pasó mucho tiempo para que la mujer se levantara y con enojo me mostrara una esquina lejana y oscura donde aseguró que pasaban más personas y ganaría muchas monedas.

Es momento de aceptar la derrota e irme antes de que los manoteos de la ahora ganadora se conviertan en un escándalo y, de verdad, el gerente de la farmacia salga molesto.

La proeza de la noche fue entrar a una tienda, de esas que abundan. Pasé frente al encargado de la caja, nos miramos, me perdí entre las bolsas de papas y llegué a los refrigeradores. Apenas tomaba una lata de refresco cuando me di cuenta que entre los anaqueles ya un empleado tenía la mirada puesta en mí. Le sonreí, dejé la lata y salí del lugar.

Encontrar en las calles que a diario caminas una forma diferente de vivir es sin duda sorprendente, pasar de ser el que visita los bares a ser el que busca comida en los botes de basura te obliga a preguntarte ¿por qué existen los pordioseros, los limosneros, los indigentes?, ¿es culpa de ellos o es nuestra?, ¿tiene solución este problema?, y sobre todo… ¿qué haría yo si algún día estuviera en su lugar?

La piel que habito

Descubrí el traje de invisibilidad.

No es que tenga superpoderes. Esto es la realidad, realidad que cala cuando se siente, cuando se es “el otro”. Ponerme un pantalón roto y viejo, una playera sucia y desgastada y unos tenis con la suela reacia a dar siquiera un paso más, bastaron para que la sociedad me dejara de ver. Me volví indigente, calcé la piel de limosnero y para las personas que pasaban junto a mí, dejé de existir.

Descubrí el traje de invisibilidad.

Dejé la ropa mojada y sucia en una bolsa durante tres días para que oliera mal. El tenis unido solo por un pequeño trozo de suela. El cabello despeinado y la cara y el cuerpo llenos de mugre y grasa.

Me despojé de la piel que tenía para volverme “el otro”.

Pantalones hasta media nalga, caminar como desguanzado y con el reto, en cada paso, de no quedarme solo en calzones. “La mona” en una de las bolsas. La mirada baja y perdida. La actitud de “me vale madres el mundo”. La voz que solo sale del teatro de la marginación para decir: “¿Me da pa´ un taco doña?”.

Esa es la piel que habito.

Comencé en el Jardín Libertad y caminé por la calle Madero hasta llegar al Jardín Núñez. En mi trayecto busqué envases de plástico, ese era mi método de sobrevivencia.

Me detuve en cada uno de los botes de basura disponibles, me lancé contra ellos hurgando entre desperdicios y basura hasta encontrar el recipiente vacío de Coca o de Squirt; así es como lanza la realidad a los sin nombre al callejón de las no oportunidades. La gente pasaba y pasaba, sin mirar.

Quería que tuvieran que verme; me senté afuera de un establecimiento de comida y estiré las piernas hasta media calle. Nadie dijo con permiso, todos me rodeaban y hacían como qué si no estuviera ahí. Pasaban brincando mis piernas y ni siquiera miraban para abajo, donde estaba yo, invisible. La gente seguía pasando, seguía sin mirar.

Tres policías pasaron  junto a mí, no dijeron nada. Después, cuando me encontraba en una esquina pidiendo una limosna a los transeúntes, con el sol retándome aventando sus rayos viles sobre mi, dos mujeres de la policía estatal se me acercaron. Diálogo corto y repleto de falsa preocupación.

–¿Estás bien?—me preguntaron con lástima indiferente.

–Sí— respondí sin lástima, pero indiferente.

–Estás en el puro sol ¿por qué no te vas para el jardín a una banca?—Más que sugerencia sonó a orden. Y me moví. Ensuciaba la panorámica urbana.

En mi camino encontré a más como yo, sin embargo, la realidad que para mi duraría dos horas, para ellos era una condena permanente y con pocas posibilidades de mejorar. Ellos también suelen no ser vistos… de por vida.

A mi alrededor los pasos se apresuraban más de lo normal, las personas que coexistían conmigo tenían la prisa de huir de lo que desagrada y que es mejor ignorar. Las mamás jalaban a sus hijas o las cambiaban de lado cuando les pedía pa´ un taco. Psicosis colectiva. Yo en la encrucijada de no existir o existir como delincuente.

No recolecté ni un peso de limosna, mi mirada hacia el suelo y la voz cargada de reclamo social no rindieron frutos monetarios, pero las habladurías no se hicieron esperar.

Me encontré de pronto rodeado de comentarios: “Mira pobrecito y tan joven” – dijeron las señoras recatadas y religiosas; “¡Ay como es el mundo de las drogas!” – escuché que comentó una pareja que estaba sentada en una banca. Mentadas de madre sociales, cargadas más de morbo que de solidaridad.

Había un evento en el jardín Núñez, clases de danzón. Hileras de sillas estaban dispuestas para los espectadores. El indigente invisible exigía de nuevo ser mirado, me senté como desparramado en un asiento cerca del escenario y rodeado de personas, una cuenta mental, 5, 4, 3, 2, 1 y mi alrededor había quedado vacío.

En la lejanía, los corridos por mi presencia hacían comentarios sobre el apestoso drogadicto. – ¡Que feo olía! – reniegan tapándose la nariz y haciendo cara de mierda.

José de Molina, el luchador social y músico, ya había cantado “los pobres olemos mal, a sudor y a herbajaros, pero abra un rico en canal, ese si apesta, carajo”. Yo pienso que lo que apesta es la soledad, es la indiferencia, es no ver al otro, ignorar que coexiste en la perra realidad de tiempo y espacio.

El aroma de la piel que habito es superficial, pero las entrañas de la sociedad suelen ser pestilentes. Me lavé con agua y jabón concluida la actividad, tallé mi cuerpo y despejé mi mente del personaje. En el espíritu habían quedado marcas, de pronto me embargó la desesperanza, mis entrañas… seguían indigentes.

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El delegado del Frente Mexicano de los Derechos Humanos de la ONU en el estado, Adán Rodríguez, asegura que “no existe un censo específico que revele cuántos indigentes existen en Colima, y tanto al DIF estatal como municipal se les ha olvidado por años indagar sobre la cantidad de vagabundos que hay, su origen, causa de sus problemas, edad y posibles soluciones”.

Las autoridades realizan periódicamente limpieza de indigentes en la ciudad, enmascarados con el nombre de “recorridos interinstitucionales para evitar el trabajo en la vía pública.”

¡Qué grotescos son los pobres! ¡Y como

molestan sus olores aun a la distancia!

No tienen la noción de lo conveniente,

no saben portarse en público.

Ledo Ivo

STOP MOTION http://www.youtube.com/watch?v=x0iMVNinsOY

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3 pensamientos en “I N V I S I B L E S

  1. Luis Enrique en dijo:

    Buen trabajo muchacho, esa sensibilidad para sentir lo del otro es digna de reconocerse. Felicidades

  2. Abel Palomera Meza en dijo:

    Muy interesante. Gracias por compartir la experiencia y la mirada diferente a ese problema público que es uno de los más complicados de entender y definir.

  3. Rosario Gutierez en dijo:

    Muy bien Arnoldo, felicidades muy interesante tu trabajo.

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